El otro día estuve pensando lo difícil que es mantenerse haciendo las cosas bien. Uno es honesto hasta la primera mentira. Lo mismo se es fiel hasta la primera infidelidad. Se es puntual hasta que se llega tarde y así sucesivamente podríamos pasarnos por todos los adjetivos encontrando su antónimo en el límite.
¿Por qué azotamos tan fuerte a quien cruza el límite? Pobre de aquel que comete un error porque ahí estará el resto de la gente para recordárselo. Infeliz el que pensó barbaridades en su juventud y lanzó mugre con ventilador por Twitter, porque llegarán a enrostrársela cientos o miles de personas, dependiendo de la gravedad y su nivel de fama.
Existieron personas extraordinarias a lo largo del tiempo que produjeron avances u obras que admira gente decenas, cientos e incluso miles de años después de su muerte.
Hoy esas vidas son pasadas por el cedazo de la impecabilidad. Pobre del cineasta que no crió a sus hijos, pobre de la poetisa que abandonó a los suyos, pobre el músico que gastó lo que tuvo en extravagancias dejando a su familia en la miseria. Todos hoy, son parias.
Tan parias como un partido político ladrón, como una empresa coludida o contaminante, como un país imperialista. Porque pareciera ser que todos y todo ha de ser impoluto. Un arcoiris blanco, que sólo admite una respuesta a cada situación vivida.
Parece una exageración, pero cada tanto vemos en las noticias que tal o cual es funado por tal o cual cosa. Y para que se entienda, mi punto no es ni perdonar, ni no llevar a juicio a quien corresponda ni mucho menos. Sino que es el exceso de perfección que le exigimos a personas que como nosotros, son imperfectas.
En un pódcast el escritor Ryan Holiday junto con el también escritor y profesor Cal Newport, comentó que por ejemplo al incorporar a Ian Fleming en uno de sus libros, anticipó las posibles objeciones que algún lector podría hacer explicando que si bien estaba en conocimiento de lo mal esposo que había sido, lo incorporaba a su libro por otro motivo (Fleming es el creador de James Bond).
Hasta ahí, suena como si este juzgado masivo y popular fuera un coro de ángeles que sin marcar su peso en un sillón, son efectivamente los que no tienen pecado y “lanzan la primera piedra”.
Pero debo decir que es más complejo que eso. No es que dicho juzgado sólo prefiera lo impecable, sino que le da tirria que alguien impecable deje de serlo. Castiga doble al que admirado, comete algo reprochable.
Cuando vemos a alguien que habitualmente miente o habitualmente es infiel, su entorno se acostumbra y lo acepta. ¿Pero qué pasa con el que siempre fue honesto o fiel y deja de serlo? Automáticamente cae del pedestal moral.
El tema es que en ese pedestal lo sube el resto. Los que miran con recelo su altura de miras, su perfección, su honorabilidad. Esos que al mínimo error se lanzan a apuntar con el dedo que él también es como todos.
Me llama la atención que seamos proclives a castigar al que comete un error y perdonar al que se acostumbra a hacerlo. Ejemplos hay muchos, particularmente en las papeletas de votación. Es más, muchos de los impolutos candidatos son analizados con lupa para que no lleguen a las mismas. No nos debería sorprender que no sobrevivan el escrutinio.
Por eso los pérfidos existen, sobreviven y se desarrollan.
Porque ¿habrán más padres que le pegan a los hijos o los que se jactan de nunca haberlo hecho? ¿más empleadores abusivos en nombre del libre mercado u honestos? ¿Empleados públicos con exceso de horas extra o empleados que nunca cobraron más de lo justo?
Entonces cuando Alexander Hamilton, intachable hombre público en la naciente nación de los Estados Unidos, al ser confrontado por sus adversarios políticos por una posible desviación de fondos, prefirió contar públicamente que tuvo una relación extramarital. Por supuesto que a pesar de nunca haber robado, su carrera política terminó tras ese incidente, a pesar de que del resto de los políticos de su época no se pudiera decir nada mejor ni tampoco distinto.
¿No será que simplemente somos todos más pecadores de lo que realmente reconocemos ser? Y si eso es cierto, ¿por qué leer una anécdota de la vida de Ian Fleming, sin el reconocimiento de que fue un mal marido, sería algo malo?
Cada biografía, anécdota, logro o fracaso de una persona, tengamos en mente que es de una persona imperfecta. Que es posible que no es que no haya hecho algo malo nunca, sino que falta buscar un poco más.
Me parece que olvidamos del todo que los santos y las historias que de ellos se contaban, era exactamente para eso: aspirar a ser mejores. No eran todos inmaculados ni tampoco fueron creados para dejar una vara inalcanzable, sino al revés: para mostrar que a pesar de ser iguales a nosotros, pudieron ser mejores.
Que aunque todo estuviera en contra, siempre existe la posibilidad de ser distinto.
Apuntemos a ser mejores 🤞.
Libro de la semana
📖 Título: Un ruiseñor japonés
✍🏻 Autora: Onoto Watanna
✏️ Páginas: 193
📚 Editorial: Abduccion Editorial
Una novela que sigue la vida de Jack un acaudalado joven norteamericano que está de viaje en Japón tras terminar la universidad. Ahí le ofrecen en diversas oportunidades una geisha para que se case.
Hasta que un día le presentan a Yuki y comienza una improbable historia de amor.
En esta historia vemos temas como la “cosificación” de la mujer en la sociedad, las tensiones entre los japoneses y los extranjeros, los migrantes y la discriminación, el uso del dinero en las relaciones humanas, la familia y la amistad.
También encontré interesante leer sobre Japón de principios de siglo XX, porque tenía un vacío entre los samurai y los kamikaze.
La escritora si bien tiene un seudónimo que parece de raíz japonesa, es canadiense con ascendencia chino-británica. Además el libro fue publicado originalmente en 1901, lo cual lo impregna de formas e imágenes que uno intuye que son críticas a la sociedad más que el reflejo de la realidad.
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Ranking: 📖📖📖/5
Menos de un año antes era un muchacho alegre y jubiloso. Ahora era un hombre, con una carga en el alma y una sagrada tarea que realizar. Además, en su vida se había abierto un terrible abismo que debía ser atravesado. La vida nunca más tendría el mismo color de rosa de la promesa, no hasta que encontrara esa otra parte de su alma: su diosa del sol.
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Tal cual lo dices Fran…pienso que no existen personas perfectas, solo aquellas que creen serán más queridas aparentando serlo aún cuando en su interior, saben la mentira que viven y lo lejos que están de esa figura auto creada.
Muy bueno y cierto! Felicitaciones