Es usual escuchar que alguien tuvo suerte. Que uno tuvo suerte. Que tal o cual cosa, gracias a la suerte, existe. Claro, las probabilidades de que algo ocurra existen y son mayores que cero, pero eso no implica que ese algo vaya a ocurrir.
Esto es full teórico, pero por ejemplo, hay una probabilidad muy baja de que al tirar al aire una moneda caiga y quede balanceada en el borde, evitando tanto la cara como la cruz. Por supuesto, que todos sin ningún tipo de cálculo sofisticado, diremos que es muy poco probable, casi nulo, pero sí es posible que pase.
Pero cuando nos llaman para un cargo que calza perfecto con lo que hemos hecho hasta ahora, cuando el proyecto en el que trabajamos meses es seleccionado o el lanzamiento de un nueva reflexión es leída por uno más de ustedes, ¿es suerte?
En su libro “Chase, Chance & Creativity”, el neurólogo James H. Austin identifica cuatro tipos distintos de suerte.
Tipo 1 - Suerte Ciega: Aquella que se produce por accidente. Podría haber sido a ti o a otro.
Tipo 2 - Suerte de Movimiento: Aquella que se propicia por la acción. Si haces algo sostenidamente es posible que pasen cosas positivas en esa dirección. Si no juegas, difícil que ganes.
Tipo 3 - Suerte de Atención: Aquella que nace de la perspectiva. Todo lo que sabes te ayuda a identificar el valor de aquello que otros ignoran.
Tipo 4 - Suerte de Singularidad: Aquella que se presenta sólo por tus cualidades y experiencias únicas.
A mí me ayuda bastante tener esquemas mentales para abordar problemas o para pensar y éste me resultó bastante útil para entender mejor la suerte.
Si caminando a tu trabajo encuentras un billete en el suelo, habrías tenido suerte (Tipo 1).
Si al llegar a tu trabajo, te felicitan en una reunión por lo que has hecho y porque el lanzamiento del proyecto en el que estuviste trabajando fue un éxito, pensarás “qué suerte tuve” (Tipo 2).
Por la tarde alguien te comenta que existe una posición abierta para un proyecto en otra área de la compañía que según tú, es un área que tiene mucho todavía por crecer y ese proyecto parece muy prometedor. Te cambias y a los meses, estás sobre una unidad de negocios nueva, con mucha atención y recibiendo múltiples elogios por la labor realizada. El colega que te comentó acerca del cargo dice: “¡Qué suerte que te cambiaste!” (Tipo 3).
Al llevar varios años de buen desempeño y por haber liderado varios proyectos en áreas distintas de la compañía, te eligen como becario para hacer un MBA Ejecutivo que a pesar de ser muy caro, te dicen que eres el tipo de persona para la cuál fue diseñada la beca. En la noche al celebrar la obtención de la beca tu pareja dice “¡Has tenido mucha suerte!” (Tipo 4).
Es interesante porque parece que a cualquiera le puede pasar, pero no es así. La primera, evidentemente es aleatoria total. Pero ya en el segundo tipo vemos una suerte que sólo premia a quién hace las cosas. Es muy poco probable que ganes la lotería, pero si no compras nunca un ticket es seguro que no la ganarás.
Ya en el tercer tipo de suerte, veo un premio a la perseverancia. Porque el aprendizaje, el ser experto en algo, te permite ver valor en aquello que para otros no es valioso. Puede ser que si eres un empresario gastronómico ves un arriendo de un local con vista al mar y sacas cuentas mentales mientras que tu acompañante, esté pensando en qué pedir para almorzar en el local contiguo.
Finalmente el cuarto tipo de suerte es esa que vemos a menudo en las biografías. Esa que hace parecer como si todo hubiera sido fácil. Como si todo el recorrido de una persona, fuera una sucesión de pasos lógicos y con desenlaces ciertos, siendo que la vida es mucho más aleatoria de lo que pensamos. Ese es el tipo de suerte que viene sólo por la combinación única de cosas que sabes.
Suelo mirar lo que me pasa o le pasa a las personas que me rodean bajo la óptica del estoicismo. En dicha filosofía importa que te concentres sólo en aquello que puedes controlar porque ante la “diosa Fortuna” nada puedes hacer.
Y en cierto sentido, eso es extremadamente cierto. Puedes ir a trabajar todos los días y tener una, dos, las cuatro o ninguna de las suertes diariamente. Incluso te pasará que durante semanas, meses e incluso años no veas que pasan cosas buenas. Esto sobre todo será así si tu atención está en los otros. Sólo verás la “suerte” del resto, pero no toda la que pasó frente a ti o que efectivamente tuviste.
Dicho de otra manera y a cuatro años de estar encerrado sin poder salir, aprendiendo a hacer queques y lidiando con las múltiples reuniones que comenzaban a ser sucesivas por la pandemia, a muchos se les olvidó que tuvimos suerte.
Si lees esto de partida sigues vivo, no todos puedes decir lo mismo. Algunos pudieron seguir con sus trabajos sin interrupciones, otros quedaron cesantes al poco andar. Para algunos significó un reencontrarse consigo y con los demás, para otros fue terminar sus relaciones familiares al no poder soportar al otro tanto tiempo seguido. Para muchos fue un reinicio forzado, pero para otros el inicio de múltiples preguntas que siguen respondiendo.
Un estoico diría, ¿de qué te puedes hacer cargo? En la pandemia al menos para mí, fue claro que cada uno sólo se podía hacer cargo de si mismo. Comer todo el día o aprender a comer bien. Pegarte a la televisión o hacer cursos en línea. Hacer flexiones y sentadillas en el living o sentir dolor de espalda y agregar un cojín más al asiento.
Eso es.
No podemos esperar que existan condiciones en el mundo, buenas o malas, que nos faciliten las cosas que queremos hacer. La pandemia cambió drásticamente nuestras vidas por más de un año y hoy que la vemos a la distancia, vemos algunos resabios de aquellos tiempos por ejemplo en la inabordable cantidad de reuniones, el resurgimiento de los movimientos anti vacunas y que los locales cierran temprano.
Podemos controlar nuestra atención y el esfuerzo con el que hacemos las cosas. Nada más.
Por eso mismo, sí: tengamos un sesgo hacia la acción. Para que las cosas pasen, por muy improbables que sean, la única manera de aumentar su probabilidad de ocurrencia es que las empujemos. ¿Quién? Nosotros. Tú. Yo.
Sólo podemos remar inteligentemente hacia la dirección que queremos y esperar que el viento infle nuestras velas durante el trayecto, pero si no lo hace no importa porque ahí estaremos.
Remando.