Leo desde muy pequeño, pero no noté que fuese un hobby hasta hace una década, por efecto de que mi jefe de aquel entonces pidió que nos pusiéramos metas personales y me fijé leer un libro al mes.
Hoy si bien he sofisticado la meta, que dejaré para otra reflexión, en el transcurso de estos años por efecto de leer, me dieron ganas de escribir. Nada en particular, sólo escribir.
Al pasar por novelas, cuentos, ensayos, poemas; lees frases o párrafos que son evocativos y novedosos; descubres palabras que son tan precisas que no podrías reemplazarlas; te paseas con los personajes por un sinfín de ciudades, contextos, calamidades, alegrías; pensé que algo podría escribir que mueva a otro.
Por eso, me metí a un taller de escritura hace seis años y fue mi primera aproximación a escribir ficción. Luego nació este blog hace poco más de dos años, aunque es escritura de no ficción. Este mes terminé otro taller de escritura de ficción, aunque de cuentos.
En paralelo también leo cada cierto tiempo algún libro relacionado con la literatura o la escritura, como el que te comparto al final.
Esta semana me gustaría compartir contigo un breve cuento que salió de uno de los ejercicios de mi último taller y una anécdota que me produjo.
La tarima
Estás nervioso. Entras al bar. Te presentas en la barra como el telonero y te dicen que subas, que arriba te indicarán dónde está el camarín. Al subir te topas con un mesero, le preguntas y te dice que te acomodes en la sala tras la cortina negra. Te alcanza a comentar que estará lleno hoy porque se vendió todo hace semanas, antes de bajar a buscar tu sueldo: un schop a elección de la casa.
Corres la cortina y antes de cerrarla, miras el espacio y calculas que serán ochenta, quizás cien personas las que estarán sentadas. Repasas la rutina minuciosamente. Caminas de lado a lado en los escasos tres metros de largo del pequeño camarín. Repites en tu cabeza que se vendió todo hace semanas. Aparece la mano del mesero con la cerveza y oyes decir que queda un rato todavía.
Escasos minutos después entra un tipo con chaqueta de cuero y jeans al camarín.
—Hola soy Tombolino, ¿el telonero, no? ¿lo has hecho antes?—te pregunta extendiendo su mano, sin perder tiempo tras entrar.
—Sí y no…
—¡Argh! Siempre me pasa lo mismo en regiones– te interrumpe negando con la cabeza. —¡Bue!, no te preocupes que si los haces reír, te van a seguir en tus redes sociales. Si no lo haces, después salgo yo a sacarles risas y nadie se va a acordar. ¿Cómo es tu rutina?—te pregunta mientras toma cerveza
—Hice un mix de todas las rutinas que el monstruo abucheó en Viña.
—¿¡Qué!?—lo ves abrir grandes los ojos.
—Eso poh’—contestas confiado—como no tengo mucha creatividad, uso las rutinas que nadie recuerda de humoristas que tuvieron un mal día.
—¿Eres weón? ¡Cómo se te ocurre!
—Pues digamos que me tengo mucha fe sobre el escenario. Trabajo haciendo cumpleaños de niños y siempre se matan de la risa.—sonreíste, pero la cara con la que te miraba Tombolino juzgaba tu temeridad innecesaria.
Aparece el mesero y te dice que salgas al escenario, que abres y presentas la noche. Te pegas un par de bofetadas para entrar en calor, repites la tratra, la tretra, la tritra, la trotra, la trutra, miras a Tombolino hacerte la señal de la cruz sonriendo y sales de la protección de la cortina negra. Caminas por el pasillo entre las mesas hacia el escenario, escuchas los primeros aplausos de los comensales. Miras a tu alrededor y los ves. Tus amigos te hacen señas, están sentados al costado derecho del escenario.
Te subes, tomas el micrófono, agradeces la asistencia y la invitación. Haces una breve pausa y comienzas con tu rutina. La presentación sacó algunas risas tímidas, pero tus primeros dos chistes no caen bien. Sientes la boca seca y no llevas ni dos minutos hablando.
Miras nervioso al público, pero por la luz en contra parecía que no hubiera nadie. Se sentía un murmullo. Habías visto videos en YouTube donde humoristas describían el murmullo como el inicio del fin porque tu espectáculo no está logrando ganarle a la conversación con el amigo de siempre. No te pasa lo mismo en los cumpleaños infantiles, en los que basta con hacer muecas y simular un golpe o una caída.
Dices dos chistes más que creíste poder contar mejor que Meruane, pero no escuchaste ninguna risa. Intentas interactuar con el público, pones tu mano izquierda sobre tus ojos para tapar en parte la luz de los focos. Buscas a tus amigos y ves a uno de los tres mirándote, pero el resto tenía el rostro iluminado por sus pantallas.
Se te traba un poco la lengua en el quinto chiste. Ves que se acerca una sombra por el pasillo del centro. Apuras un sexto chiste que se recibe con la misma indiferencia que los demás. Sientes tu olor, seguro que ya no puedes levantar los brazos.
—¡Démosle un fuerte aplauso al telonero!— dice Tombolino subiéndose al escenario y pasando un brazo sobre tus hombros.
Mientras la gente aplaude, te susurra —Mejor no digo tu nombre y así nos olvidamos todos.
El por qué escribo
Tras leer el cuento en voz alta en la última sesión del taller, una de mis compañeras, una señora mayor que escribía cuentos de temas muy simpáticos, me explica que le había pasado algo curioso con mi texto.
Ella, que trabajó en el servicio público hasta jubilarse, había tenido que hablar en público en varias oportunidades. Me imagino que en lanzamientos de nuevos programas de gobierno, revisión anual de planes o incluso alguna fiesta de fin de año.
En todos los casos, ella siempre había creído que el murmullo de la gente era algo bueno: le cargaba que le pusieran demasiada atención. Entonces me dijo que nunca había pensado que el murmullo pudiera ser malo.
Para mí eso fue realmente genial.
Genial porque por un lado yo puse esa frase, sólo para movilizar la trama y que sientas más la tensión que siente el pobre telonero en el escenario. Pero tal y como me pasa a mi cuando leo libros, una frase aleatoria puede generar en ti una idea nueva.
Podría apostar que tras leer el cuento, hayas pensado algo. Difícil que hayas pensado exactamente lo mismo que ella, pero alguna idea, o te imaginaste contando chistes, etc.
Ahí radica la clave de todo porque creo que lo lindo de leer es que te abre la cabeza a pensar distinto y tal como le sucedió a mi compañera, eso sucede a pesar de la intención del escritor.
Uno al leer va formando imágenes en la cabeza con las palabras y eso nos puede recordar anécdotas, llevar a nuevas conjeturas o asombrarte porque nunca habías pensado que aquello que valorabas como positivo, alguien podría haberlo visto como negativo.
Por eso, qué más gratificante que escribir una combinación de palabras que genere en ti una idea nueva. No convencerte de una idea, no llevarte de la mano por una historia, no mostrarte un error o hacerte sentir mal. Todo lo contrario: acompañarte y que en ese momento de intimidad contigo, digas “nunca lo había pensado”.
Por lo mismo, hoy estoy en pleno debate interno sobre cómo seguir fomentando la lectura.
Me gusta mucho escribir el blog, pero no le he tocado ninguna configuración desde que lo hice la primera vez y Substack, la plataforma en la que escribo, ha evolucionado bastante.
Por otro lado, está latente la idea de grabar algo. Ya sea un podcast que se trate de esta misma reflexión o similar, pero en formato de audio/video.
También está el proyecto de escribir ficción, se me da fácil inventar ideas cortas como de cuentos, pero lo difícil es ejecutarlas con una prosa adecuada.
Por último tengo la idea de hacer videos en YouTube para recomendar libros.
Lo que no he terminado de definir, es que si bien me encantaría hacerlo todo, no me da la semana.
Mientras decido, ¿qué te pareció el cuento? ¿pensaste algo leyéndolo?
Libro de la semana
📖 Título: La vía de la narración
✍🏻 Autor: Alessandro Baricco
✏️ Páginas: 53
📚 Editorial: Anagrama, colección Nuevos Cuadernos Anagrama
Un snack de literatura. Este año he sumado a mis lecturas algunas sobre escritura, para entender mejor lo que hay detrás del arte de escribir y porque me ayuda a pensar mi blog desde otras perspectivas.
Este breve libro es una transcripción de una clase de Alessandro Baricco sobre qué es una narración. Por ende, es sucinto y la transcripción está convenientemente dividida en pequeños párrafos que contienen una sola idea.
Si te interesa entender un poco más el mundo de la literatura tras bambalinas, puede ser un ensayo adecuado.
*Al usar el botón tienes el mismo precio y me apoyas 😁 ¡gracias!
¿Llegaste hasta acá? hay 3 COSAS QUE PUEDES HACER antes de irte:
🫶 Dar like (el corazón de abajo) a la publicación. Solo si te gustó la reflexión.
⌨️ Comentar la publicación. Quiero saber qué piensas.
📤 Compartir esta newsletter con alguien a quien creas que le puede servir:
Que buen cuento
¡Muy bueno el cuento! Fue fácil empatizar con el protagonista y se transmitía muy bien la sensación de incomodidad que iba en aumento.
Es "refrescante" leer un cuento relacionado con la reflexión semanal, es una buena forma de hacer más memorable el mensaje.
Y respecto a las ideas de cómo seguir me gustaría leer más de estas historias y si se te da fácil podría ser un buen punto de partida para agarrar momentum, el talento está.