Esta semana terminé un libro que me pareció tremendamente relevante. Brené Brown la investigadora que lo escribió, desarrolló la idea tras una década de estudiar la vulnerabilidad y sólo tras escribir otro libro en el que comparte sus hallazgos sobre la vergüenza.
Cuando trabajaba en la incubadora de emprendimientos, habían emprendedores que querían firmar acuerdos antes de siquiera explicarnos lo que hacían. Nos solían comentar que la idea era extremadamente valiosa y que por eso no podían comentárnosla sin antes firmar un acuerdo de no divulgación.
La verdad es que por lo general eran ideas superficiales, con escasa profundidad y un somero, casi inexistente, nivel de análisis por parte de los postulantes. La gran mayoría de ellos eran estudiantes.
¿Qué hace que tengamos ideas, no sólo de negocios sino de cualquier tipo de proyecto? ¿Cómo podemos tener “mejores” ideas?
El valor de una idea
Les explicábamos que las ideas no valen nada. Si valieran algo, veríamos personas en el metro, en las calles, en los cafés, atentos a las conversaciones, esperando escuchar alguna idea que valga un millón de dólares para robarla como si de un banco se tratara.
Pongamos como ejemplo la novela La Carretera de Cormac McCarthy. No existe el robo de ideas porque en sí no hay valor en decir que tienes la idea de hacer un libro sobre un padre y su hijo sobreviviendo en un mundo post apocalíptico. Escribir una novela como “La Carretera” con una determinada trama, ambientación, personajes, narrador, diálogos, metáforas, sí tiene valor.
Porque cualquiera puede tener ideas, pero la ejecución de ellas es lo que separa la paja del trigo.
La ejecución no es trivial porque todos usamos nuestros días en algo. Utilizar nuestro tiempo en perseguir la idea de otro implica que todas las nuestras son peores que esa.
Además cuando McCarthy escribe La Carretera, lo hace tras pasar por la localidad de El Paso, Texas y ver el desierto de la mano de su hijo. Hizo algunas notas iniciales y luego en un viaje a Irlanda, años después, recuerda la idea y vuelve a darle forma. En paralelo, conversaba con su hermano sobre posibles escenarios post apocalípticos.
Cuando alguien tiene una idea y la explica, no detalla todo el bagaje de experiencias que lo hacen creer que dicha idea tendría éxito si se lleva a cabo. Porque ese libro, película, experimento, negocio, investigación, pintura, canción, cuenta de redes sociales, juego, se te ocurrió por todo eso que viviste previamente y que otro al leer el enunciado de tu idea, va a tener otra manera distinta de imaginar la concreción de la misma.
Ahí radica todo. Podemos encontrar múltiples novelas post apocalípticas e incluso sobre padres e hijos, pero no podemos encontrar exactamente “La Carretera” en otro autor que no sea McCarthy por el cúmulo de experiencias que lo llevaron a escribirla, y a escribirla con el lenguaje y la atmósfera que él imaginó.
Experiencias crean ideas
Sin embargo, a pesar de que las ideas no valen, tienen valor para uno. Porque una idea que nos hace click, que cuaja en nuestro cerebro y calza con todos nuestros parámetros de evaluación es tan satisfactorio como armar un lego.
Las ideas suelen ser concebidas adyacentes a nuestro conocimiento previo.
La anécdota de Brown de cómo va desarrollando las ideas no sólo de su libro, sino también de su investigación tras el libro, sucede porque tras escribir su primer libro quedó con la impresión de que algo faltaba y que había dejado fuera una parte en sus análisis.
Al leer de casualidad un discurso relativamente famoso (en EE.UU) de Roosevelt, da de bruces con un concepto que sería el título de su siguiente libro Daring Greatly o “atreverse a arriesgarse”.
Es poco intuitivo al comienzo y evidente si te ha pasado, que cuando uno no tiene idea de algo se te ocurren pocas ideas y por lo general malas sobre un desafío particular.
Por ejemplo, si yo tengo que entretener en este instante un niño de 3 años, recurro por suerte a lo vivido con mis hermanos cuando eran chicos e invento algún juego, les digo algo absurdo o los hago reír. Pero si me dices que lo haga dormir, no tengo idea cómo hacerlo y mis ideas son escasas.
Si le pregunto a mi mamá probablemente en ambos casos pueda darme muchas ideas. Si tienes hijos, probablemente también me puedas dar más y mejores ideas para entretenerlo y hacerlo dormir.
Lo mismo pasa si llevas trabajando mucho tiempo en un rubro, en una empresa, etc. Esa experiencia previa te hace desechar rápidamente ideas que intuyes son poco viables o son irrelevantes en tu rubro.
Viceversa, eres capaz de reconocer en una idea un valor que otro no le daría. Eres capaz de cambiar tus planes de vida, tomar decisiones que otros califican como arriesgadas, cuyo sustento está en tu cabeza en miles de pequeños indicios que te hacen saltar al abordaje.
¿Y qué pasa si fallo?
Para ahí.
Primero si una idea te atrae, es porque la información que tienes y tus experiencias previas, te lleven a pensar que puede ser razonable. Sino ya la habrías descartado.
El decidir avanzar con una idea con el riesgo de fallar implica ser vulnerables, que es el tema del libro de Brené Brown que te comentaré próximamente 😉
Libro de la semana
📖 Título: Un imperio de polvo
✍🏻 Autora: Francesca Manfredi
✏️ Páginas: 163
📚 Editorial: Fiordo Editorial
Valentina es una joven que está entrando a la adolescencia en medio de un caluroso verano. Vive con su madre y su abuela.
Cada una guarda y vive con sus secretos. A su manera, las tres defienden su orgullo. Las rodean plagas que cada cual asocia a sus cargas.
Es la primera novela de la italiana Francesca Manfredi.
Me recordó a otras novelas como Carcoma de Layla Martínez, pero me pasó que en ningún momento de la novela quise saber lo que pasaba, como si la tensión de la narración nunca hubiera sido suficiente.
¿Te pasó lo mismo?
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