Franz Jägerstätter.
¿Te suena el nombre?
A mí no, pero esta semana me crucé con su historia y necesito contártela. No es un simple gusto, ganas u oportunidad, sino una obligación.
Hoy vivimos rodeados de posiciones extremas, pero que suelen ser endebles ante el primer contratiempo o ser inconsecuentes en otras circunstancias.
Por ende, la historia de Franz Jägerstätter (sí, me gusta pronunciar el apellido) merece ser contada una y otra vez, pero también para interpelarnos:
Ante una crisis, ¿seremos como Franz o como San Pedro, negando nuestras creencias?

Una mini biografía
Franz nace en 1907, en una pequeña villa austriaca llamada San Radegund, compuesto por un puñado de familias granjeras.
Si bien su padre murió durante la primera Guerra Mundial, se convirtió en un joven vigoroso, enérgico y jovial. Bueno para reír, beber y pelear. Vanguardista al ser el primero en la villa en tener una moto.
En 1933 a sus 26 años, crea un escándalo en el pueblo al concebir un hijo con una chica sin estar casados, lo que fuerza que emigre a las minas de hierro en Eisenerz al sur de Austria. Al volver en 1935, los que lo conocían dirían luego que llegó más católico, más piadoso, preocupado de las decisiones que tomaba en la vida y de su moralidad. Un año más tarde se casa con Franziska Schwaninger, con quien tendría tres hijos. Simultáneamente comenzará a tener un rol más activo en su pueblo.
Pero la sombra se acercaba. En 1938 Alemania anexiona Austria como territorio propio y le ofrecen a Franz el puesto de alcalde, el cual rechaza: no quería ningún tipo de vínculo con el régimen nazi. Era tan clara su posición que tras realizar la votación para aprobar la anexión de Austria, Franz fue el único voto en contra del pueblo. Sus amigos estaban desesperados. Imagina que tu mejor amigo se opone a una fuerza que parece imparable y que además, es totalmente vociferante al respecto.
No obstante lo que más defraudaba a Franz era que a pesar de la incongruencia entre los valores católicos y el nazismo, era el único que se oponía en su comunidad.
Cuando el ejército alemán, la Wehrmacht, lo reclutó y entrenó en 1940, se negó a prestar juramento. Para evitar problemas, el mismo ejército prefirió enviarlo de vuelta al pueblo para que siguiera en su trabajo de granjero.
El tiempo pasaba y los rumores sobre las atrocidades perpetradas por el régimen nazi se propagaban. Franz fue a hablar con el obispo de Linz, pero encontró en él una respuesta apática y cómplice con el nazismo.
En febrero de 1943, tras perder más de ochocientos mil soldados en la Batalla de Stalingrado, Alemania volvió a hacer una leva y Franz fue nuevamente llamado al servicio activo. Al llegar al campamento en Linz, Jägerstätter se declaró objetor de conciencia.
Un objetor de conciencia es una persona que se niega a realizar una actividad o acto por motivos éticos, religiosos o morales, que considera incompatibles con sus convicciones.
Pero ya habían pasado cuatro años de guerra, no estaban los ánimos como para escuchar objetores y se le levantaron cargos de sedición y lo arrestaron. A pesar de que el pueblo envió al cura local para que convenciera a Franz de enlistarse, él rechazó el consejo.
Lo trasladaron a Berlín y tras algunos meses de cautiverio, el 6 de julio el tribunal militar lo sentenció a muerte. El 9 de agosto se le concedió una última oportunidad de hacer el juramento a Hitler y salir libre.
Una vez más, Franz Jägerstätter rechazó la oferta. Fue guillotinado al día siguiente.
Ideales, ¿son para ti o para otros?
Lo primero que llama la atención de la historia, o al menos a mí, es lo acotado de su impacto. Es la historia de un granjero que pelea contra la burocracia alemana de la época, por una decisión que era sólo para proteger su propia identidad.
Si no somos quienes decimos ser, no actuamos como queremos actuar, ¿estamos vivos? ¿no somos simples marionetas de lo que la masa nos induce a hacer?
La resistencia activa de Franz me parece que nos interpela a todos. La situación a la que se enfrenta en un principio, se resolvía con quedarse callado. Incluso pudo aceptar el cargo de alcalde, ya que el resto del poblado lo habría aceptado de buena manera.
¿Qué importaba ponerse una máscara diariamente si con eso conseguía seguir viviendo?
Su señora vivió hasta los 100 años y asistió a la beatificación de Franz. Murió en 2013. ¿No habría sido genial vivir 10, 20, 50 años más?
Es una historia que en su simpleza y falta de impacto, nos reprocha y ejemplifica como dirían los estoicos, que casi siempre sabemos lo que tenemos que hacer para actuar bien.
Discernir es fácil. Actuar es lo difícil.
Franz Jägerstätter sí tuvo más impacto gracias a su decisión. Se han hecho películas, biografías, libros de la correspondencia con su esposa, etc.
¿Pero vale la pena que te recuerden o tener algunos años extras de vida?
Esa es una falsa dicotomía. Por ejemplo, según nos cuenta la biblia el apóstol Pedro negó a Jesús tres veces antes de que cantase el gallo y luego, tras resucitar, Jesús le pregunta tres veces si lo ama otorgándole el perdón.
Con eso Pedro, eventualmente se convertiría en San Pedro y viviría treinta años más.
La vida es tuya
Uno no debería vivir desalineado con su moral, porque eso crea una vida incómoda, arrepentida, frágil.
Sin embargo, también existe un límite.
Catón el joven, tras participar de una última batalla para prevenir el inminente ascenso de Julio César, decidió suicidarse antes que ver a Roma caer en una dictadura.
El escritor Stefan Zweig, exiliado viviendo en Brasil mientras la Alemania nazi combatía en Europa sin mostrar un declive en sus fuerzas, prefirió terminar con su vida.
No pretendo entender la depresión de quien atenta contra su vida, pero creo que en ambos casos ellos superaron el límite.
Una simple forma de evitar traspasarlo, es recordando este adagio persa:
Esto también pasará.
Libro de la semana
📖 Título: El lector
✍🏻 Autor: Bernhard Schlink
✏️ Páginas: 203
📚 Editorial: Anagrama, Colección Compactos
Toda una sorpresa de libro. Lo tomé de la biblioteca de la Marti y lo leí solo porque era de la Colección Compactos de Anagrama. Hasta el momento ninguno de esos coloridos libros me han fallado.
“El Lector” lejos de ser la excepción, es un libro que comienza como una novela romántica juvenil, en la que un quinceañero alemán se enamora de una no tan joven mujer que lo ayuda de casualidad.
Al poco andar, ya vemos que esta relación prohibida adquiere matices complejos, en los que por un lado ella le pide que le lea en voz alta los libros que le piden en el colegio y lo presiona para que estudie y por otro vemos una relación tóxica en la que golpes, peleas y celos se combinan.
Ella desaparece de un día para otro.
Seis años después, él, estudiante de derecho, la volvería a encontrar en medio de un juicio.
La novela da un vuelco inesperado en el reencuentro de los amantes. De aquí en más, los cuestionamientos del protagonista se profundizan: la culpa, el amor, el olvido, las leyes, las culpas generacionales y la empatía se mezclan para mantener en vilo al lector. Francamente, me sorprendió.
El autor pareciera recordarnos que la lectura nos hace libres, pero no inocentes.
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