Hoy caminando por el mall, entré a una librería que me enganchó con un lindo anuncio de que habían vastos descuentos. De por sí, ya entro a las librerías por si me tiento, con descuentos era evidente que entraría.
Después de vitrinear, de abrir algunos, leer la contratapa de otros incluso intentar sin éxito que me escaneara el precio de uno, me fui de la tienda sin libros bajo el brazo.
No porque no quisiera comprarme uno, de hecho me llamó la atención Memento Mori de Matías Reeves, sino porque sé que tengo muchos libros en mi biblioteca que no he leído todavía. Ni hablar de aquellos que me gustaría volver a leer.
Estaba pensando en eso cuando recordé además la cantidad de emails que tengo sin archivar en mi correo personal. Esos mails en su gran mayoría son cosas que quiero leer: artículos, opiniones, noticias de tecnología, uno que otro newsletter.1
En estricto rigor, podría leer todo el día sin abarcar todo lo que me gustaría leer.
Si alguna vez el acceso a la información estaba determinado por tu manejo del griego o del latín, de ser amigo de alguien que supiera leer, o incluso de que alguien bondadosamente (generalmente ligado a iglesias) destinara su tiempo a enseñarte (generalmente la palabra divina), hoy ese acceso es extraordinariamente amplio y gratis.2
Pasa lo mismo con los recuerdos.
Si hasta hace unos doscientos años atrás, si no tenías plata o un amigo pintor más o menos bueno entonces la posibilidad de retratar a tu familia en un cuadro era nula. Hoy la cantidad de imágenes, videos, gif, stickers que generamos de nosotros o los que nos rodean es inmensa.
Nunca olvidarás ese horrible corte de pelo o esa moda pasajera, porque cada cierto tiempo las redes sociales o alguno de tus amigos te lo recordará.
Incluso hoy vivimos con la capacidad de comunicarnos en todo momento con cualquier persona viva (y con acceso a internet) independiente de donde viva o qué hora sea.
Piensen en que hace menos de un siglo lo más rápido eran un par de meses entre que se enviaba el telegrama y llegaba, con un vocabulario preciso, escueto.
Así podría seguir con casi todo: películas, series, música, comida, ropa, idiomas, noticias, lugares para viajar, etc. Hay del tipo que quieras a tu alcance.
Hoy noté también, que el tremendo volumen de actividades a disposición, si no somos cuidadosos, nos pueden alejar de aquello que queremos hacer.
Porque claro, descargué un juego que parecía entretenido y un par de horas después cuando el celular me hacía notar que estaba descargándose, fui testigo de cómo mi “voy a leer toda la mañana” se transformó en “jugué toda la mañana”.
Si bien no quiero sonar ultra enfocado en la productividad ni nada similar, eso que me pasó, pasa a menudo ya sea con Tik Tok, videos en YouTube o páginas de Wikipedia. Y aunque sea en principio divertido, fascinante o interesante revisar una información tras otra, un video tras otro, llega un punto en el que es simplemente ruido sin sentido que dos días después no recordarás.
Porque genial que haya de todo disponible en YouTube, pero ¿por dónde partes? Es literal que te faltarían años de vida para ver todo lo que hay porque se suben más de 100 horas de contenido por minuto.
O pensemos que para tomar una gran foto del almuerzo, tomamos 15 para elegir la mejor sin borrar las otras catorce. A veces sin ver de nuevo ninguna de las quince.
Aunque tengamos acceso a absolutamente todas las recetas imaginables, ingredientes de múltiples rincones del mundo en el supermercado, es posible que comamos lo mismo hace años.
Por último, tener acceso a estar siempre conectado y potencialmente hablar con todos tus seres queridos no sirve de nada, si no les hablas.
Sin duda estamos en una época de tremenda abundancia. Con la biblioteca de Alejandría en nuestros bolsillos.
Pero debemos hacer el esfuerzo de sumarle un ingrediente clave.
La intención. Esa decisión consciente de apuntar a uno de los 360° disponibles, es lo que hace falta.
Me di cuenta que si no hay intención de cambiar o aprender o lo que sea, pues estaremos a merced a la marea de oportunidades, con la posibilidad de llegar a todas las orillas, pero tal como dijo Séneca:
Cuando no sabes hacia donde navegas, ningún viento es favorable.
Incluso el Gato de Cheshire a Alicia:
Alicia: ¿Qué camino debo seguir?
Gato: Según a donde quieras llegar
Alicia: Me es absolutamente igual un sitio que otro…
Gato: Entonces también da lo mismo un camino que otro.
Tengamos intención tras lo que hacemos, aprovechemos la suerte de vivir en ésta época y saquémosle el jugo.
Pero un jugo del sabor que tú elijas.
Recursos:
Catálogo: Libros clásicos, por Wikisource
Hago el esfuerzo de escribir todo en español, pero “boletín informativo” es cruzar un límite.
No cuento la piratería y que existen varios lugares con acceso gratuito a internet.