Una idea que he estado sopesando los últimos días es la de la inercia. Ese vuelo que nos empuja a seguir haciendo lo que estamos haciendo.
Es tan inherente a nuestro ser, que no nos damos cuenta que esa inercia es la que antecede a nuestras costumbres, hábitos, trabajos, parejas, etc.
Preferimos aplazar un cambio que hacerlo hoy. Eso nos lleva a ser arrastrados por voluntad propia en la misma dirección en la que vamos. Es una de las razones por las que esperamos a que sea lunes para partir. A que sea 1 de enero para comenzar a ahorrar. A que pase el periodo de estrés, para que luego puedas hacer algo al respecto.
¿Por qué nos cuesta tanto frenar a pesar de que es la manera que tenemos de corregir rumbo y evitar llegar a lugares que no queremos?
Comienzo de la inercia
Es fácil acostumbrarse a que las cosas tengan un fin definido, sobre todo porque en nuestra infancia entramos a un túnel cuyos extremos están claros (jardín infantil y cuarto medio), que tenían pruebas, algo así como eventos de medición para seguir avanzando y en esas pruebas hay respuestas “correctas” y respuestas “incorrectas”.
Entonces nos acostumbramos a que las cosas son de una manera y no de otra. Que la verdad es que sin tomar ninguna decisión nos meten al túnel llamado “educación obligatoria” y se espera que salgamos del otro lado exitosamente.
Las relaciones que se enseñan (¿o enseñaban?) habían de ser para toda la vida. Que había que comprar una vivienda para vivir en ella. Que es mejor tener este tipo de cargo o este otro. Eran parte del tobogán al que te subías.
Definiciones de cómo se juega la vida. Independiente de la crianza, todas terminan creando alguna expectativa de lo que hay y no hay que hacer.
El tobogán termina
Nos enfrentamos a la indecisión de qué hacer una vez terminada la educación media. Aquí nuestro mundo comienza a tambalear. ¿Seremos profesionales? ¿Técnicos? ¿Emprendedores? ¿Empleados públicos? ¿Fuerzas armadas y de orden?
No, nuestro horizonte de opciones lo restringen las opiniones. Pueden ser nuestros papás, familia, amigos, profesores, etc. Alguien opinaba. Nos decía que como éramos buenos para esto entonces deberíamos desempeñar aquello.
Algunos nunca pensaron ser técnicos en algo, como otros nunca pensaron ser profesionales. Es parte de la vida que tengamos una predisposición natural a ser algo similar a nuestro entorno.
Los mineros de Lota, es posible que pensaran que trabajar como minero era la única posibilidad que tenían en su vida. Hoy como sólo quedan unos pocos ex mineros haciendo turnos para pasear a los turistas, los jóvenes migran a ciudades con más oportunidades.
Habiendo terminado mi educación en un colegio de marinos, no era extraño para mí que un 25% de la generación hubiera postulado y entrado a la Escuela Naval. Con el pasar de los años, me di cuenta que en otros colegios no necesitabas más de una mano para contar a los candidatos a alguna de las ramas de las fuerzas armadas.
Entonces es la fuerza de la costumbre la que nos empuja alguna decisión inicial de carrera laboral.
Ni hablar del resto de las variables que comenzaban a tambalear al final del tobogán. ¿Si no estoy pololeando estoy atrasado? ¿Tendré nuevos amigos? ¿Estudiaré lo mismo que el resto para no separarnos?
¿Han visto el tobogán?
Cuando comenzamos a trabajar, nos damos cuenta que todo lo anterior no era nada comparado a lo que se venía.
Vemos que hay más divorcios y extrañas historias amorosas, que ya la quisiera narrar alguien como novela. Ponemos a prueba el valor de la amistad y lo que pensamos de ella. Teniendo que trabajar gran parte del día, nuestras relaciones se estrechan en cantidad, pero se profundizan.
En lo laboral hacemos lo que podemos. Aceptamos un primer trabajo, idealmente con alguna vaga idea de que es los que nos gusta. Continuamos en él porque estamos muy cansados en la semana o encañados el fin de semana como para pensar en otra cosa.
Pasan los años, una que otra empresa te llama. Te cambias a otro puesto, otra industria, otro sueldo. Sigues en el mismo track. Quizás tu pareja de ese entonces hace algo feo y no sabes si terminar o no. Decides terminar. Sales por ahí, picoteas por allá.
Un clavo saca otro clavo. Siguen pasando los años y ya te ascendieron un par de veces. Estás cómodo, casado y con hijos.
Un día viendo una película, se te quiebra el vidrio que tapaba tus ideas. Comienzas a transpirar helado al sentirte alejado de muchas cosas que querías hacer y que hoy no puedes siquiera seguir pensando porque tienes que ir a dejar a los cabros al colegio.
¿Para qué esperar una crisis existencial? Me da la impresión que la crisis de los treintas, cuarentas, cincuentas, etc. Es nada más y nada menos que el desenlace de vivir con la inercia del tobogán, cuando ya llevas años fuera de él.
Hay una brújula
Cada vez que pienso esto, escucho gente que está pasando por esto, como que calzan con ese molde de “hacer lo que tenía que hacer … hasta que me di cuenta que no era lo que quería hacer”.
La brújula es tan simple como preguntarse uno mismo esas preguntas que todos conocemos, pero que nadie se sienta a responder.
¿Qué quieres hacer en tu vida?
¿Cómo te ves en 3 años? ¿Cómo te gustaría estar en 3 años? ¿Por qué la diferencia?
¿Qué es para ti una buena relación amorosa? ¿Por qué?
¿Quieres tener hijos? ¿Por qué?
¿Quiénes son tus amigos? ¿Por qué? ¿Crees que ellos te consideran también un amigo?
¿Por qué trabajas donde trabajas hoy? ¿Si te llaman de otro lugar, qué te haría decir qué sí? ¿Puedes obtener eso dentro de tu organización actual?
Etc. Incluso lo interesante es que no hay una respuesta correcta. Que todas esas respuestas irán mutando. Pero sólo nosotros podemos responderla con honestidad.
¿Te sientes responsable de tus respuestas? Recuerda que un estoico sólo controla lo que está dentro de su rancho.
Libro de la semana
📖 Título: El movimiento del cuerpo a través del espacio
✍🏻 Autor: Lionel Shriver
✏️ Páginas: 394
📚 Editorial: Alfaguara, Panorama de narrativas
Remington le dice a Serenata que decidió correr una maratón. Una frase desafortunada para su mujer que con 60 años fue recientemente diagnosticada con artrosis en sus dos rodillas. Serenata acostumbraba hacer ejercicio dos horas al día antes de que fuera ondero y con una vida orgullosa de no seguir a la masa se siente traicionada por Remington.
Lionel escribe sobre temas actuales como la moda del ejercicio, la corrección política, las minorías, las familias, las religiones, en fin, levanta todas las piedras para describirlas a través de un personaje mordaz como Serenata.
La narración si bien es omnisciente, tiene el tono de Serenata y los personajes me sonaban similarmente mordaces.
Es una novela con mucho humor. De hecho tiene tantas frases inteligentes que a las pocas páginas decidí no subrayarlas porque el libro estaba lleno de ellas.
Un libro que de seguro te saca más de una sonrisa. Por ejemplo, este párrafo que con palabras precisas dice lo que piensa Serenata:
“Derrochando aún más recursos limitados en una actividad humana normal que en tiempos había sido gratis, Serenata había evitado los moteles económicos de las afueras, que podrían haber sugerido peligrosamente poco entusiasmo por su parte, y había reservado tres habitaciones en el Saratoga Hilton, en Broadway.“
*Si usas el botón tienes el mismo precio, pero me dan un porcentaje 😁 ¡gracias!