Hace unos meses leí un libro que me regaló la Marti del neurólogo Oliver Sacks llamado “El hombre que confundió a su mujer con un sombrero”, en el que cuenta algunos casos de pacientes con diagnósticos atípicos como el de una mujer que nunca había usado sus manos y las sentía como si fuesen “dos masas” pegadas a sus brazos, un hombre que pierde la capacidad de sentir que la tierra está derecha (lo corrige con una ingeniosa solución: un nivel pegado al marco de sus anteojos) o incluso el caso que le dio el nombre al libro.
Me acordé de dos casos que eran bien extremos y que tenían que ver con la memoria. En uno de ellos, el paciente se acordaba sólo hasta 1945, pero los siguientes 40 años, simplemente siguió pensando que había vuelto de la guerra, que su hermano estaba estudiando, etc.
Estaba congelado en el tiempo, era él, pero con ~20 años.
Cuando el doctor le hacía algunas preguntas y notaba que se comenzaba a desmoronar el mundo del paciente, bastaba con hacerlo mirar por la ventana, salir de la pieza y éste se olvidaba completamente de lo que había pasado sólo unos segundos antes.
El otro caso es más sorprendente. Un hombre cuya memoria duraba sólo unos pocos segundos, y debía ir armando mientras conversaban un mundo en el que creer.
Un ejemplo de lo extremo del caso, es que cuando veía al doctor Sacks con su bata, le pedía por favor un kilo de pollo, a lo que el doctor le contestaba ¿kilo de pollo?, pero rápidamente el hombre le decía que lo estaba bromeando que sabía que era un dentista que por fin le quitarían el dolor de muelas. Al retrucarle el doctor, el pobre hombre volvía a crear otra historia para darle sentido a lo que veía y así sucesivamente.
¿Quién somos sin memoria?
Si pensamos en una pregunta de entrevista muy típica “¿quién eres?”, por lo general los candidatos jóvenes parten corriendo por su currículo profesional, mencionando universidad, carrera, uno que otro cargo en una que otra empresa.
Hasta ahí, ¿qué pasaría si no recordáramos nuestra experiencia universitaria? ¿dejamos de ser nosotros mismos si se nos olvida un carrete mechón que ni al día siguiente fuimos capaces de recordar?
¿Qué pasa si olvidamos las integrales de revolución, cuándo usar una distribución de Poisson, cómo cuadrar las cuentas T o incluso del colegio lo que es un logaritmo? Viceversa si nos acordamos de todo, ¿somos más?
¿Y qué pasa si no recuerdo mi primer trabajo? ¿el nombre de mi jefe que tuve 5 meses? ¿el de mis compañeros? ¿el día a día?
Al parecer, cuando hay conocimientos técnicos de por medio parece ser que sí, podemos ser más abogado o menos abogado, en un sentido de amplitud de conocimiento.
Pero cuando es haber trabajado en una aerolínea lo que te suma, pero no recuerdas nada en particular de haberlo hecho, salvo un viaje con pasaje gratis, un grupo de amigos o cómo diferenciar un avión de otro, no estoy seguro que no importe olvidarlo.
Es más, me parece muy valioso que uno registre los aprendizajes de los trabajos, guarde los feedbacks o retroalimentaciones que hayas recibido, que vuelvas a ellos a observar el camino recorrido. Sino, no podrás diferenciar entre una acertada decisión de carrera y una tirada de dados.
Otros entrevistados en cambio, comienzan a hablar de sus familias, sus hobbies y algunos rasgos de su personalidad derivados de esos hobbies, porque al parecer el carretear y trabajar en equipo están relacionados1.
¿Qué pasa si un día despiertas y no recuerdas a tus seres queridos? O para no ser tan drástico, imagina si te acuerdas perfectamente de tu pareja/amigo más cercano, pero se te borran todos los momentos vividos, sólo sabes que son muy cercanos.
En este caso creo que sí, perderíamos una parte de nosotros que se construye con el resto. Porque, entendiendo que existen miles de historias distintas de padres/madres/novias/novios/amigos/conocidos, cualquiera de éstas permite que el ser humano se relacione con el mundo.
Si olvidáramos lo que nos aportaron esas relaciones: el cómo pedir un helado, esas caminatas por la playa despreocupadas, incluso los problemas financieros o de salud vividos en conjunto, perderíamos aquello que nos va formando.
Eso sí, ¿no te intriga lo de los hobbies? Porque ¿por qué me gusta leer? si olvidara que me gusta, ¿ volvería a hacerlo a pesar de haberlo olvidado? ¿cómo llegué en primer lugar a que me gustase leer?
Feliz de leerte en los comentarios si tienes alguna teoría al respecto.
Finalmente, y para bajar tu ansiedad espero, ambos pacientes no tenían señal de estar sufriendo.
Al primero cuando el doctor le muestra su reflejo en un espejo y ve a un hombre de sesenta años, arrugado y ligeramente calvo, en vez de ver al joven de veinte y pocos con barba que el recordaba ser, pierde los estribos y se acelera, pero al mirar por la ventana era casi como resetear un juego y partir de nuevo.
Ese paciente en su día a día no sufría porque no sabía que había perdido la memoria. O sea, cómo vas a añorar algo que no recuerdas que estaba en primer lugar.
Por otro lado, el paciente que debía volver a formar su mundo a cada instante, cuando el doctor lo observaba paseando por el jardín, notaba que estaba en calma con la naturaleza, sin tener que explicarle a otro (o a sí mismo) quién era él o por qué estaban en esa situación.
Por eso, me atrevo a pensar que si nos olvidamos de qué experiencias nos componen, simplemente seguimos siendo nosotros.
Todos los días vivimos miles cosas, frases que escuchamos, caras y expresiones que vemos, olores, sensaciones, comida, etc. Pero cuando dormimos, gran parte de lo que consideramos subconscientemente de poco valor, lo olvidamos.
Entonces sí, soy Francisco hoy, pero mañana soy ligeramente otro Francisco. No te darás cuenta de la diferencia en un día, pero en un par de años sí.
Si algún día me olvido de todo, seguiré siendo yo, sólo que otra versión de mí.
¿Qué opinas?
Sarcasmo.
Esperaba con ilusión la bibliografía de la relación entre el carrete y el trabajo en equipo