Primero, si leíste la reflexión anterior, te lo agradezco mucho. Me dio mucho nervio al principio, sobre todo cuando supe que tal vez no te conozco y la leíste, pero gracias por tomarte el tiempo, por compartirla, por los comentarios y por los ánimos.
Segundo, si no leíste la primera, en resumen todavía no sé bien hacia dónde va a tender este blog. Lo que sí: será honesto y sin el objetivo de convencerte de nada, sólo de hablar de un tema y en el mejor de los casos, sumarte un punto de vista.
Una suerte de conversación en un bar tomando un Negroni un lunes a las 21:30, hablando de la semana, sin prisa y con maldición gitana.
Tercero, fue entretenido el ejercicio de “qué escribir ahora”. Toda la semana estuve pensando cosas distintas y al final me decanté por el tema de la seguridad particularmente porque alguien que conozco sufrió un robo violento a las 16:30 de la tarde en un lugar que para mí era cero peligroso: el paso bajo nivel que va de Jardín del Mar hacia Viña.
Por lo mismo y dado que acerca de la seguridad o la sensación de seguridad, he conversado con la Marti antes, te quiero hacer pensar acerca de tres aspectos:
La seguridad como un “desde” para vivir tranquilos.
El costo directo e indirecto por llenar vacíos de seguridad.
La pérdida de confianza en el otro.
La seguridad como un “desde” para vivir tranquilos
Cuando hablo de seguridad, me refiero a que tengamos la certeza de que el ser humano frente a mí, no me quiere hacer daño: físico, sicológico o material. Estoy pensando en golpes, insultos o estafas.
Imagina que estamos de vuelta en el colegio y hay un tipo que nos pega, se burla de nosotros y/o nos roba la colación. Como estamos hartos de su abuso, al poco andar se nos ocurren tres opciones: hablar con él, agredirlo o acusarlo.
La primera nos deja con más moretones y menos colación. Es una persona que por ABC motivos no va a razonar y siente que debe hacer lo que hace (ya conversaremos de la empatía). La segunda, si bien creímos por un momento estar logrando nuestro cometido, al día siguiente y recuperado de la golpiza nos pegó con su mochila mientras ibamos caminando. Como siente que debe hacer lo que hace, sólo provocamos una escalada de violencia. La tercera es la que termina involucrando a profesores y apoderados y logra detener el abuso.
Piensa el mismo ejemplo pero con una persona que en la calle te quiere pegar, robar la billetera o te insulta por amor al arte, ¿cuál será tu reacción? Muy probablemente llamar a Carabineros.
Si no existe una entidad externa a los dos que tienen el conflicto, sólo nos tendríamos que conformar con “la escalada de violencia” y no vivir en paz.1
Esto también se extiende a otras áreas. Para evitar que alguien:
te cobre demás por un bien o servicio, creamos el Sernac
que un acuerdo no se cumpla, creamos los contratos y los tribunales donde ejercer castigos para los incumplimientos
que alguien abuse de su poder, creamos controles, contrapesos y leyes
Dándole vueltas un tiempo a esto, me da la impresión que esta es una de las piedras angulares de una sociedad. La manera de resolver conflictos de manera pacífica o que exista un costo por hacer algo malo.
Para ser más explícito: imagínate sin comida y viviendo en la calle, pero en una ciudad en la que los mismos transeúntes te pueden golpear sin temor a represalias. Aunque lograras conseguir satisfacer ambas necesidades, no hay comida ni muro que te permita vivir tranquilo en esa ciudad.
Otros se han imaginado2 lo contrario: una sociedad con un grado de seguridad casi perfecto. En Psycho Pass se muestra una sociedad en la que no existen los delincuentes porque se encarcelan antes de que hagan algún delito (la película Minority Report es similar). En una escena de la serie, una persona mata a otra en la mitad de la calle. Lo impactante es que nadie reacciona, porque como es un “imposible” dentro de esa sociedad, las personas no se asustan ni tampoco ayudan al que pide auxilio. Pierden la habilidad de discernir las acciones malas, porque confían que alguien lo hace por ellos.
Como nada es perfecto, los extremos no creo que sean una solución, pero sí podríamos tener como base una población que quiera vivir en paz y hace esfuerzos en esa línea para no quebrar esa tranquilidad. Por ende, seamos nosotros mismos un aporte y responsabilicémonos de aquello que nos compete.
El costo visible e invisible de llenar vacíos de seguridad
Ahora bien, por un lado tenemos el costo visible de la seguridad: la infraestructura, sueldos, firmas, notarios, etc. No olvidemos también los procesos creados para tener mayor seguridad en los bancos, para transferir dinero o para comprar un auto, que siguen siendo costosos para las empresas que los hacen, y luego costosos para nosotros en tiempo.
El punto clave de estos costos es que son similares a la carrera armamentista y aumentan con la sensación de inseguridad. Para simplificar: a más personas, más policías. A más miedo, más alta la reja.
Sin embargo, el costo invisible es el más grande de todos. Una cosa es tener una reja para delimitar por ejemplo un patio delantero y que tu mascota no vague por la calle. Otra, que una calle completa esté enrejada de piso a techo, formando una suerte de “terraza techada forzada”.
Ni hablar de la sensación de inseguridad de caminar o conducir en calles como ésta. La sensación de que ni los residentes saldrían de sus casas si les fuese posible y están tratando de dejar todo aquello que está en la calle, fuera de sus casas.
Otro ejemplo son los sistemas que montan las empresas para evitar estafas. Es más, piensa cuánto tiempo te ahorrarías si no tuvieras que digitar una clave para poder pagar en un comercio, ¿para qué? ¡si eres tú el dueño de la tarjeta! No debería tenerla otra persona sin tu permiso. Sin embargo, como puede suceder: gastemos todos un par de segundos, en todas nuestras transacciones para evitar las estafas.
El mejor ejemplo de esto es que posterior a los ataques terroristas a las torres gemelas el 2001, los cientos de millones de pasajeros que se suben anualmente a un avión, deben gastar varios minutos en controles para que no se suban a bordo con objetos peligrosos. Sin los ataques, el trámite aeroportuario sería sólo el de inmigración (piensa que no pasa lo mismo si viajas en bus).
¿Cómo estimar el costo de la segregación urbana? ¿o el costo del prejuicio? ¿el costo de salir con miedo a la calle? ¿el costo de no poder viajar con más de 100ml de líquido? Quizás los tiempos perdidos son más fáciles de calcular, pero tampoco algo que muchos noten. Al menos al evaluar un proyecto público existe lo que se conoce como “Evaluación Social” de los proyectos (les dejo el link al libro en caso de consultas académicas).
¿Cuánto de lo que haces es por “culpa” de la falta de seguridad? En muchos casos si depende de ti, ese costo es evitable. Al responder la preguntas puede que descubras que estás sobre protegiéndote y el mundo puede no ser así de malo. Quizás eso que proteges no vale tanto la pena proteger como piensas si implica perder horas y horas de tu vida haciéndolo, ¿no?
La pérdida de confianza en el otro
Recapitulando, invertimos un montón para evitar conflictos y mantener la paz. Dicha inversión, indirectamente aumenta la sensación de desconfianza en el otro. Esa sensación de desconfianza aumenta la inversión en seguridad: desde aumentar la dotación de policías y renovarles el equipo, pasando por instalar alarmas y rejas en tu casa, hasta diseñar procesos costosos (en tiempo) para evitar estafas.
Todo esto redunda me parece, en un pérdida de confianza en aquel que no es de tu grupo (familia, amigos, etc.).
Estamos constantemente siendo bombardeados por mucha información (otra tema para abordar otro día). Pero cuando algo malo o grave sucede, nos enteramos en muy pocos minutos. Como dice el dicho: “Las malas noticias llegan volando y las buenas cojeando”. Eso desencadena toda una reacción primal en nosotros de querer defendernos, de indignación, de odio tal vez.
¿Odio a quién? Al otro.
Claramente si tengo una caseta con un guardia, va a estar atento a cualquier auto que pase lento o que se vea viejo, pero eso quiebra la confianza que tenemos en los otros.
Es triste pensar que al final, al alejarme de todo lo que no es mi casa, termino alejándome de lo distinto y haciendo que conozca menos. Si conozco menos, desconfío más e invierto aún más en que por ej. el portón no solo sea eléctrico, sino de cerrado rápido.
“¿Supiste lo que hacen ahora? Te llaman y …”, “A un amigo en la autopista …”, “Estaban pidiendo ayuda, pero era mentira …”. Este tipo de historias terminan formando una coraza que nos fuerza a seguir manejando a pesar de que nos pidan ayuda en la carretera, de seguir caminando a pesar de escuchar gritos, de evitar cualquier encuesta, de no contestar números de teléfonos desconocidos, de pedir siempre la información por escrito, de pedir referidos para un trabajo, de comprar tú los repuestos y no el mecánico, etc.
Me parece que este es el impacto más grande de la falta de seguridad y que cuesta más reconstruir.
En Praga, la ocupación de la Alemania nazi fue muy despiadada, generando muchos traumas en su población. Pero como si fuera poco, quedaron luego bajo el control soviético durante décadas, en el que la KGB tomaba como “voluntarios” distintas personas para ser soplones de la resistencia (que posteriormente movilizaría los eventos de la Primavera de Praga). En caso de no querer ser soplones, sus familias y amigos pagarían el precio.
Tres décadas de no poder hablar abiertamente con nadie por miedo de arriesgar el cuello de uno y de tu familia, hicieron que el pueblo Checo perdiera el tejido social que lo componía.
Por esto, la creación de lazos y redes en las que existe confianza entre personas (equipos deportivos, iglesias, juntas de vecinos, cofradías, juegos en línea) me parece que aporta a desarrollar una sensación de grupo que refuerza el autoestima, celebra las victorias y acompaña en los fracasos.
Fran me deprimiste, ¿qué hago?
Al menos para mí, algo que todos podemos hacer es abrirnos a conocer más. Más de todo.
Abrirnos a repensar lo que creemos, a escuchar otros grupos de música, a ver otras series y/o leer otros libros. Esto permitirá que lo nuevo pase a ser “lo normal”.
¿Para qué? Para ser más empático con la gente y conocer más personas, más a tus vecinos, más a tu familia. Sentirnos a gusto en lo desconocido.
Por supuesto que hablando también se consiguen acuerdos y ¡por favor que sea ésta la forma por defecto! Acá asumo que robar es malo para el 99% de las personas, y que es probable que no sea buena idea hablar con el 1% en pleno asalto.
En la realidad podría ser el seguimiento que países como China hacen de sus ciudadanos y que podría avanzar en esa línea de ultra vigilancia.
Es ese costo invisible el que me llevó a no tener más televisión, solo para no ver noticias. Si bien no se trata de ser un idiota descuidado que deja la puerta de la casa abierta, me niego a dejar de disfrutar la vida por miedo. Pero que heavy como se hace cada día más difícil! Muy buena reflexión.